El temor es un sentimiento familiar,
es de los “más añejos” que venimos cargando en nuestro “morral”.
Está puesto allí, en lo recóndito de nuestro ser como una alarma para “sobrevivir” ante el peligro.
Es una fuerza que nos hace temblar,
es una fuerza que nos obliga a huir…
Y es precisamente en esta humanidad “tan nuestra” donde se dan los pasos más seguros.
En materia de “miedo” el evangelio y muchos Escritos Sagrados nos ponen “el temor” como el requisito previo ante la manifestación poderosa de Dios. Y es que desde la creación del mundo y hasta la venida de Jesús, Dios nos había revelado una parte del todo. Era natural ignorar la manera en que Él vendría a habitar con nosotros. Este es el encanto de la Navidad: la sorpresa que envuelve el acontecimiento. Por eso, muchos personajes, ante la novedad de la manifestación inminente de Dios, se doblan ante lo desconocido.
En el marco del nacimiento de Jesús, muchos personajes sintieron temor:
Zacarías tuvo miedo cuando supo que tendría un hijo a su edad (Lc 1,13),
José tenía miedo de tomar a María por esposa (Mt 1,20),
Los pastores al recibir el anuncio del nacimiento del Niño Jesús, se llenaron de temor (Lc 2,10),
Y María, al escuchar el anuncio del ángel Gabriel, quedo perturbada y sintió mucho miedo (Lc 1,29-30).
¡Sí! María sintió mucho temor. Allí se refleja tan humana, tan nuestra. Ella también experimento en sí esa fuerza centrípeta que nos acompaña durante toda la vida. Ella también experimentó esa fuerza centrífuga que nos hace tomar las más valiosas decisiones.
Y es que María tenía ya sus planes. Tenía ya su prometido. Habría visualizado una gran familia con él. Y de pronto todo cambia…
Ante la intervención de Dios sólo queda extender las manos y juntarlas hacia arriba horizontalmente y decir “Nada es imposible para Ti” (Lc 1,37). Luego separarlas verticalmente y decir, “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), porque el único antídoto contra el temor es entrenarnos toda la vida en la plena confianza en la Sabiduría de Dios que cambia los planes de una joven en Nazareth y recibe la ofrenda se su Hijo clavado en un madero sobre el Calvario.
P. Miguel Martínez Cruz
Arquidiócesis de Morelia