En días pasados pude encontrarme con algunos amigos de México que hacían un tour por estas tierras. Decidimos ir juntos a Florencia, una ciudad que, en tren de alta velocidad, está a menos de dos horas de Roma.
Florencia es una ciudad museo por lo que el aprendizaje se encuentra en cada plaza, en cada Iglesia y en cada Galería. Caminar por sus calles es volver la mirada al Renacimiento Italiano que para muchos representa la puerta de entrada a la modernidad y para mí, un estudiante de Historia de la Iglesia, un lugar perfecto para ilustrar las lecciones aprendidas y crear espacios de reflexión.
Pero mi visita a Florencia no fue una tarea de escuela sino, como he dicho, el lugar indicado para pasar un fin de semana entre amigos. Así que a la cuestión cultural habría que agregarle un cúmulo de emociones compartidas con los compañeros de viaje: risas, enojos, sorpresas, miedos. Risas de alegría al encontraros de nuevo; enojos, cuando después de caminar tanto no encontramos una persona que nos atendiera en el hostal que habíamos reservado; sorpresas, al juntos contemplar al grandioso David de Miguel Ángel o cuando nos hicieron una tremenda cuenta al pagar unos helados en Ponte Vechio que resultaron más caros que la propia cena; miedos, cuando ya cansados compartimos nuestros nuevos proyectos que representan nuevos desafíos a enfrentar.
Esto son los viajes, no importan si son cortos o largos, serán siempre experiencias donde se mezclan de manera extraordinaria el aprendizaje y la diversión, la confrontación y la aventura, el silencio del camino y el bullicio del lugar de destino. Quienes vivimos la experiencia de formación permanente en Roma tenemos la oportunidad de vivir estas experiencias en sus diversas modalidades; a veces en grupo, a veces solos o, como en esta ocasión, jugando a ser guía de turistas con nuestros seres queridos que nos visitan.
Sea del modo que sea, además de momentos de distracción en la vida cotidiana, los viajes son momentos clave para evaluar el crecimiento personal, momentos para hacer lo que a uno más le gusta y momentos para, en el camino, trazar nuevas rutas. En esta ocasión Florencia me permitió evaluar mis avances con la lengua y la cultura italiana, me permitió practicar la fotografía que es uno de mis grandes pasatiempos y me ayudó, gracias al encuentro con mis amigos, a redimensionar el sentido de mi estancia en Roma. En fin, Florencia me ayudó a constatar que le experiencia en Roma no es una cuestión meramente académica sino sobre todo una experiencia de camino formativo en la que los viajes son estaciones imprescindibles.
P. Juan Justino García Jiménez
Diócesis de Izcalli